El chip de niño grande

Primer día de clases, sinónimo de caos, prisas, pleitos, tráfico y gritos. Mamás y papás algunos felices y otros con un poco de tristeza de dejar a sus hijos en la escuela.

Pero hoy fue diferente, algo pasó, algo se encendió en mis hijos, parecería magia, aunque tengo claro que esto es la consecuencia del trabajo que hemos hecho como padres y sobre todo al esfuerzo diario e incansable de su mamá, literal a mis hijos, ayer por la tarde les cambiaron el chip

Mis hijos tienen 11 años, y hoy inician el 6to grado de primaria. Obvio sufrían los últimos días del verano por que se acercaba el regreso a clases, y ¿quién no? De nuevo despertar poco antes de las seis de la mañana para llegar a un día lleno de actividades, retomar las tareas, trabajos escolares y entrenamientos, aunque también un poco de ilusión de reencontrarse con amigos, maestras, profesores y estrenar sus útiles.


Ayer, domingo por la tarde, sólo un pequeño recordatorio:

“Duérmanse temprano para que no cueste trabajo despertar”.

En todo el verano la hora de dormir difícilmente rebasó las diez de la noche, y las últimas semanas se les despertaba entre siete y siete treinta de la mañana. Sin ningún reproche, a las siete treinta de la noche, ellos solos después del acostumbrado beso de buenas noches, abrazo y “amo” (Te amo), nos dijeron: “Mañana no nos vayan a despertar,  ya tenemos planeado nuestro desayuno y el lunch que nos vamos a llevar a la escuela” ¿Cómo? Preguntábamos mi esposa y yo, o sea que ¿no les preparamos nada? ¿Están seguros? Y simplemente respondieron: “Sí, nosotros podemos hacerlo” ok, les respondimos, descansen. Obviamente dijimos, si, cómo no, ya estábamos preparados para un día “normal” de regreso a clases, esperando las carreras, gritos y prisas consideradas normales. 

Y pues lo inesperado pasó. Faltando diez minutos para las seis de la mañana escuchamos su alarma con el último sencillo de Justin Bieber (Si, hubiera sido mejor Nirvana o Guns N Roses, pero eso les gustó). Y a los pocos minutos se escucha,  “buenos días” y el sonido de la regadera. Todavía con un poco de incredulidad, ya no recuerdo si mi esposa o yo (a nosotros si nos costó trabajo despertar) preguntamos “¿les ayudo en algo? ¿Les preparo algo de desayunar?” Y la respuesta de nuevo “no, gracias, ya tenemos todo planeado” minutos más tarde, salen del baño, llegan a la cocina uno preparaba el desayuno (avena con leche) y el otro los sándwiches y fruta para el lunch, siguió peinado, cepillado de dientes y a las seis con cuarenta minutos estaban listos, sentados en la sala iPad en mano jugando, esperando que diera la hora de salida a la escuela. 

Después de eso y del también acostumbrado beso, abrazo, “amo” y algunas palabras más de motivación, se fueron con mamá a la escuela. Al regresar ella me dice: “se bajaron como si nada”, muy felices, saludando a sus maestras y amigos, el reflejo de tener el ambiente controlado. 

Definitivamente una mañana como ninguna otra, con sentimientos encontrados, por un lado una gran satisfacción y orgullo de ver a tus hijos creciendo y ser cada vez más independientes, por otro un poco de nostalgia, derivado de lo mismo, cada vez te necesitan menos, cada vez pueden más ellos solos y su vida pasa de una forma exageradamente rápida. 

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